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domingo, 28 de junio de 2009

Del Cáliz, el azar

Cuántas veces no quisieran volar,
las horas que han sido marcadas y ansiadas quizá,
por la indiferencia de un cielo sin sol,
sin luz y sin sombras; en puras tinieblas.


Cuántas horas no quisieron volar,
antes de amar o soñar, o gritar
caer dos segundos y al otro girar
tornárse en un eco que no suene más,
la imagen torcida de un sueño y su mar:
Enjambre...



Cuántas veces no queremos tocar, las horas que vienen, que viven, se van. Tan pronto uno es tiempo no vuela en sí más, se torna y torna y se hace girar, dos veces seguidas, caída abismal. Así y volar y soñar y correr, tanto tiempo sin ser, sin ser tiempo, sin más; quisiere ser tiempo, medido, rapaz; fugarme en la estela del cielo y del mar; aquellas estrellas que trotan per se; aquellas, las olas que buscan su sed. Lanzarme de arriba, del ser, dó todo es otrora y entrama su tez; alforja, congoja, y elixir sin miel. Cuanto tiempo he querido tomarme la hiel, de un tiempo que es tiempo y en sí es su ser. Corría el viento sobre la amapola, la olía, comía, probaba su piel, al cabo decía: "no puede beber, más vino, más dulce, más néctar que Ayer". Así yo posaba mi vuelo en azar, girando, tornando, y volviendo a girar; tres veces seguidas y no volveré. Tanto tiempo perdido tras nubes de or'zuz. Cuántas veces así fuimos, sólo uno sin más. Medir lo despacio que corre la prez, soplar a la vela que ostenta su luz. Ser uno, ser muchos y así fenecer, en mundos sin mundos, sin sombras ni luz.


Cuanto tiempo perdido tras cuatro paredes, bajo un techo fallido, roido. . .

Cuántas veces decirte que no te amo más, que mis pocas congojas se deben a ti, si cielo encendido, sí nube de azar, destino atroz que me eleva en vapor, no dudes que siento en lo hondo del ser, una eterna locura de ira y de ser. Dónde, dónde, caíste, feroz ave fénix.


Cuando conocemos algo detrás de una ventana, de un cristal que no se puede quebrar, de pronto se escuchan las voces que componen la materia. Por qué no comprendo aquello que viene, que es inerme y eterno, que no perece y aparece muchas veces más. Cuando tocamos todo aquello por dó pasa la luz, todo aquello que siendo ciegos dejan ver, cálida esperanza de un sueño que no es. Tras esa ventana, tras ese cristal, se esconde la trampa de un destino fatal. Azar, salobre, sin agua y sin sal; azufre, no infienro, ni eterno fulgor. Recuerdo el baladro, recuero el cristal, incrustado el primero y estallado el que sigue; tras el episodio fatal.



Hernan Sicilia - N (19)

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